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De seguro, que has visto, joven amigo, la película. Por supuesto que te ha gustado “La escapada”. Prodigio de interpretación, excelente dirección, etc. Pero, ¿quieres que ahondemos?, ¿meditamos un instante? Porque es una película para pensar. Es lo bueno del cine italiano: suministra pasto a la inteligencia.
Me dirás: No es una película de tesis. La cinta no pretende nada, carece de moraleja. Es un documento, un testimonio, ¿qué voy a pensar yo?
Naturalmente, no es una película con enseñanza, hecha a pie forzado. Pero puesto que no esconde ninguna tesis, ésta tienes que hacérsela tú. Y eso es estupendo. Que con los materiales que la realidad te ofrece, tú te pongas a construir; que con los documentos que la existencia te brinda, te determines tú a formular tu teoría de la vida. La literatura y el arte, ahora, se decidieron a evadir la lección, rehusaron el dictarte una conducta. Te suponen, pues, muy inteligente. Te creen capaz, con capacidad suficiente para que tú mismo te hagas tu libro y tu lección. ¿Se equivocaron?
En “La escapada” asistimos al enfrentamiento del buen muchacho y del tarambana. Pero el espectador joven, puesto a elegir, se encuentra en un apuro aún en el caso de que el espectador joven sea, también, un buen muchacho. Porque el tarambana, además de simpatiquísimo, tiene un fondo humano no desdeñable. Un moralista riguroso diría que ahí está el peligro de la película: en presentar a un sinvergüenza atrayente. Pero habrá que responder que ese es precisamente el peligro, no de la película, sino de la vida. Si todos los sinvergüenzas fuesen malvados, ¿quién querría ser sinvergüenza? La circunstancia de que, con frecuencia, los sinvergüenzas parezcan “gente honrada”, agravada con la de que los virtuosos se presenten –y no es este el caso del buen muchacho de la película- con una apariencia repelente, estas “casualidades”, digo, desorientan no poco a las personas en trance de elegir camino y conducta.
Te veo, joven, en la tesitura de desear lo bueno y simpatizar, al mismo tiempo, con la irresponsabilidad atrayente del tarambana. Es un problema. Pero el caso es que si no eres simpático, no lo serás tampoco cuando te decidas a ser un sinvergüenza. Cuida de que no te engañe este espejismo...
Te propongo una línea de conducta a la vista de la película. Te la propongo aunque me digas presuntuoso, aunque creas que quiero meterme en tus cosas. Mira: si eres serio y formal, sigue siéndolo, porque si te propones otra cosa harás el ridículo. El encanto del buen muchacho de “La escapada” está precisamente en que no es como el otro. Cuando el peligro del contagio se hace inminente, llega el accidente para evitarnos la vulgaridad de que el buen muchacho destruya su personalidad, porque –no lo dudes- toda perversión es vulgar...
Y si no eres serio y formal, si más bien te pareces al otro, no cantes victoria. La simpatía es buena; pero si es buena no hay razón para que no aparezca también en los buenos. Todo, ciertamente, está muy repartido, pero el hecho de que haya muchachitas tontas con ojos arrebatadoramente bellos, no quiere decir –necesariamente- que todas las muchachas inteligentes tienen los ojos feos. Y así en todo. El peligro de la vida es –lo repetiría muchas veces- tomar el rábano por las hojas.
Ahora, tu última objeción: “Este –dirás- todavía habla de buenos y malos...” Y te reirás. Pero, ¿por qué? Hay buenos y hay malos. Lo que pasa es que sólo Dios sabe distinguirlos bien. Pero que los hay, es evidente. Y ahora, te diré que existe un peligro mayor: el de que al toparte con un sinvergüenza simpático, creas que cualquier sinvergüenza es bueno por el sólo hecho de ser simpático. Eso sucede a veces, pero no demasiado, ¿eh?... Y, por lo pronto, un sinvergüenza es siempre un sinvergüenza. Esto no hay quien se lo quite.
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