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Úbeda

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SED DE LÁGRIMAS

Juan Pasquau Guerrero

en Medio sin identificar. Año 16. Número 4295 de 11 de abril de 1936


        

Refiere una piadosa tradición que, hallándose Jesús próximo a expirar, después que hubo pronunciado aquellas palabras: «Sitio» (Tengo sed), María Magdalena, aquel espíritu apasionado y vivaz, que había dado cabida en su corazón a toda clase de emociones y oficios, desde los más desordenados y pecaminosos hasta dar con el puro y acrisolado amor de Cristo, ansiosa de satisfacer el deseo postrero del Redentor, acudió presurosa a ofrecerle agua con que calmar su sed; pero como observase que Jesús con un gesto dio a entender que le era indiferente y de poco aprecio el líquido que le ofrecía, la pecadora de Magdalena lloró amargamente la pena que devoraba su alma en aquellos momentos, sobre el mismo vaso en que intentó dar de beber a Cristo, hasta llenarlo de lágrimas. Y entonces, como resultado de una inspiración divina quizá, la Magdalena mostró este vaso a Jesús como ofrenda saludable que contrarrestara en alas las burlas del populacho soez y los tormentos de aquella tarde inmortal.

* * *

Nacido entre la burla y el escarnio aquella tarde tuvo principio la Revolución más grande que verán los siglos. El Cristianismo conmoverá y destruirá los cimientos del mundo pagano y sensual. Ya no irán los romanos en adelante a ofrecer incienso a los dioses del Olimpo, ni el águila imperial se cernirá sobre los estados sometidos al vasallaje y la esclavitud de Roma porque un Hombre Dios ha muerto para dar fin a tal sistema de cosas y principio a su doctrina de «vida eterna». Todo lo transformará Él, gracias al derramamiento de su sangre generosa, todas las potestades del cielo y de la tierra obedecerán sus órdenes; todas las injusticias nos las dará ya reparadas; solamente pide a la Humanidad redimida personalizada en el escenario del Calvario por María Magdalena, algo que calme su sed. Porque Él ha calmado la sed de justicia que latía en el pueblo, desde el principio del mundo; hasta ha satisfecho la sed de sangre, ofreciéndose en víctima propiciatoria del mundo embrutecido y cruel que halla solaz y esparcimiento en el circo y en el anfiteatro. Ahora es Él, el que tiene sed. Sed Divina, sed de lágrimas de expiación, que sirva de lenitivo a aquel desenfreno que campea en los alrededores del Gólgota la tarde la Redención. Sed que pudo comprender muy bien María Magdalena en aquél movimiento súbito y espontáneo que la indujo a ofrecer lágrimas a Jesús...

Pero aquí, que pocos vasos, que pocas lágrimas, que pocas expresiones de expiación, vendrían a sofocar la sed de Dios. Es cierto que pronto el anfiteatro se teñiría con sangre de cristianos, las catacumbas se poblarían o innumerables legiones de hombres se retirarían al desierto para apagar, los unos con su sangre, los otros con su renuncia, la sed de amor. Pero pasados estos primeros tiempos del Cristianismo, cuántos nuevos Caínes se alzarán contra sus hermanos. Cuántos nuevos Zacarías perecerán en el templo y el altar... La tragedia del castillo de Maqueronte adquirirá actualidad en todos los siglos; en todos los tiempos y todos los días se ofrecerá sangre de justos por el sólo hecho de clamar como Juan Bautista «Non licet», ante los caprichos de una reina impúdica o las injusticias de un soberbio mandatario. Cristo pedirá a todos los pueblos lágrimas de expiación, y el mundo le responderá con guerras y con sangre. Aparecerá la herejía, el cisma, la impiedad. Nacerá un Juliano, un Voltaire...

Progresará el mundo, ¿quien lo duda? Muchos deseos del hombre serán complacidos. La ciencia y el Arte se le postrarán rendidos; pero el deseo de Dios, el mandato de Dios, manifestado entre conmociones del cielo y de la tierra la tarde memorable del Viernes Santo, la sed de Cristo, los hombres no la saciarán.

En estos tiempos en que el hombre lucha contra el hombre por cualquier ruindad, cuando se oyen rumores de guerras y de sediciones, Cristo, clavado en la cruz, nos dirá una vez más en esta Semana Santa, «SITIO», «Tengo sed», con los brazos abiertos, como repitiendo: «Cuantas veces os quise reunir, como la gallina cobija a sus polluelos...» ¿Y será capaz, una vez más, la Humanidad, de seguir resistiendo año tras año a la solicitación amorosa del Redentor?