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Úbeda

Juan Pasquau Guerrero en su despacho


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ÚLTIMA CARTA A SUS COMPAÑEROS

Juan Pasquau Guerrero

en Medio sin identificar. 3 de mayo de 1978


        

A Eusebio Campos Jiménez y compañeros.
Amigos entrañables todos del Colegio “General
Franco”. ÚBEDA.


3 de mayo de 1978

Más de un mes ya aquí, con un bazo de menos (el único que tenía) y con unos miles de plaquetas y hematíes más... En un atardecer cárdeno, algo lluvioso, desde el ventanal de mi habitación veo, recién lavado, un precioso chopo castellano en el que, en este momento, encarno la calidad de la mejor melancolía...

La enfermedad ahonda en la dimensión humana y, de pronto, nos hace experimentar sensaciones y sentimientos, e incluso ideas que brillan con luz propia y que ya no son ideas-acompañamiento, ni ideas inducidas, ni ideas-tópico, ni ideas recurso, ni ideas para el comercio común, es decir, para salir del paso.

Bien; estar enfermo, puede ser también una bendición de Dios, si El nos la acompaña con la capacidad de receptividad suficiente; aunque luego, también, a lo largo del día, vuelva la mala costumbre de quejarnos, no ya tan sólo del dolor (que ello es natural) sino de mil cosas que, bien aceptadas, serían suficientes para empapar y eliminar los peores jugos del dolor.

Cuando por la mañana me traen la Comunión a la habitación, pienso qué mal hemos aprendido a vivir y cómo la frivolidad llama savoir vivre nada menos que a dilapidar la existencia en tantas bagatelas...

Pero no os escribo en plan de hombre ejemplar, ni de consejero, ni de hombre bueno, ni de nada así. ¿Por qué? Naturalmente, lo que deseo es mejorar, salir de ésta, volver a todo, regresar al menos a una relativa plenitud. Ello no obsta, sin embargo, para que la enfermedad nos haga enteramente conscientes de una visión del mundo, de una cosmovisión, de una especie de concepción unitaria de la existencia... Una manera de aprender bien que cada cosa tiene su sitio y que, indudablemente, hay cuestiones mucho más importantes y decisivas que otras. Y que renunciar a establecer una auténtica jerarquía de valores es el principio de la abdicación del hombre.

No sé, querido Eusebio, y queridos todos, si todos estamos siendo tentados, bajo pretexto de humanismos falsos (de humanismos sin médula) a la abdicación.

Uno de los motivos de esta carta, es que roguéis todos a Dios por mi, por mi enfermedad, ya que, casi siempre hay un motivo egoísta en todas las cartas.

Otro motivo es que transmitáis a los alumnos la misma petición. Como todos sabéis, una de las preocupaciones máximas mías en la dirección del centro Escolar, ha sido y es la de la potenciación de la vida religiosa (cristiano – católica) de nuestros alumnos, preocupación que estimo compartís. Siento pena de no poder dar mis charlas de Religión y mis clases en esta segunda etapa. Espero que estas ausencias mías se suplirán de la mejor manera posible, y procurando dar a esas clases y actuaciones, que no puedo cumplir, mi manera de interpretar la Religión, que no es otra que la que la Iglesia institucionalizada propone.

No veo muy halagüeño el porvenir de la educación religiosa en los centros de E.G.B. No puedo unirme, ni sabría hacerlo, a ningún coro político. Pero sería poco honesto conmigo mismo si ahora, que por motivos de enfermedad tengo que estar alejado del Colegio, me desentendiera en absoluto de todas sus cosas.

De sobra sé, queridos amigos, y pido que esta carta la leáis todos, que el Colegio marchará muy bien en todo, y que innumerables cosas saldrán incluso mejor que nunca y que el afán de todos en la superación del trabajo propio es indudable. Así es que no incido en recomendaciones, consejos, etc., que, de otra parte, lejos del tajo, y lejos de vosotros, serían hasta ridículos, máxime desconociendo su índole. Vuestro excelente sentido y criterio es lo importante.

Así es que quiero terminar esta carta, cuando ya el crepúsculo cierra sus valvas y desaparece ante mi vista la visión del álamo recién lavado de lluvia...

Está aquí la noche. Estoy contento; tengo a Rosa cerca de mí, no tengo ninguna clase de dolor físico; tengo otros temores, tengo otras finas tristezas que la mano prodigiosa del Señor sabe convertir en espacios para el espíritu, tengo esperanzas, tengo ilusiones, tengo momentos de depresión. No me falta nada. Al fin y al cabo, a todo el mundo le pasa igual. Al fin y al cabo a nadie le falta nada. Porque Él es así de providente.

Y os decía que termino ya esta carta que consideraba obligado escribir, ya que tanta común ocupación y tanto afecto nos une.

No puede anticipar nada con serio fundamento respecto al tiempo que me quede por estar aquí, ni respecto al curso de la enfermedad. Ya sabéis el estado lamentable en que llegué a “Puerta de Hierro”. Sé que estoy en manos de un equipo médico excelente y, sobre todo, en manos del Señor.

Mis tres hijos han venido a verme desde Granada, en la semana de la operación. Ésta en sí misma, resultó satisfactoria.

¿Qué más? Pues, un recuerdo especial para vuestras familias, para los amigos y compañeros de profesión de Úbeda. Y para nuestros alumnos. A todos. A todos quisiera nombrar por su nombre y enviarles un especialísimo abrazo.

Que para todos vosotros llegue con la misma frescura y calidad entrañable con la que os lo envía

JUAN