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Es un tono de vida superior lo que nos hace falta. El nivel de vida es otra cosa. Cuando pasamos de un año a otro, ocurre pensar que si pensásemos... Si pensásemos, tendríamos más fuerza para encarar la vida, sin esperar de ella “seguridades” , sino estilo. Me parece que ahora vivir con calidad importa menos a la gente. Nadie –casi nadie- da una higa por una manera de vivir que le eche valores a la vida. Valores y no dinero. Valores y no felicidades a lo barato. La verdad es que somos poco ambiciosos.
¿No estamos todos un poco desequilibrados? Temo que sí. Lo tememos todos y los unos a los otros nos lo decimos. Junto con el “Feliz Año Nuevo” debiéramos poner en la tarjeta: “¡Equilibrio, hermano!” El desequilibrio viene promulgado por mil tensiones de toda índole. Gimen las bisagras de la convivencia. Y he visto a cristianos que al predicar amor lo hacen con un tono enfurecido.
Se suministran ideas políticas por todas partes; en el libro, en el periódico, en las pintadas junto a las carteleras de las películas casi pornográficas (y el casi las hace más nocivas todavía). En el seno de las familias la disidencia –la oposición- está a la orden del día. Así es que las ideas que debieran servir para conversar, se utilizan, en muchísimos casos, para apedrear. Si fuésemos más nobles de inteligencia y más sabios de corazón, seríamos, de verdad, más ambiciosos. Es decir, nos pondríamos a dar un poco de finura, de elegancia, de claridad al espectáculo de cada día. Resaltando los valores –valores objetivos de la bondad, de la belleza, de la justicia- que están por encima de esta turbamulta de intereses pequeños, de encontrados egoísmos que forman la circulación rodada que agobia mareante, monótona, ruidosa, escandalosa, confusa y tremendamente cursi. No puede haber libertad, ni igualdad, ni democracia, ni derechos humanos ni reivindicaciones ni nada de so, si, no nos esforzamos en limpiar y en aguzar la sensibilidad.
Hay mucho cinismo alrededor, en todos. Dentro y afuera*. En TV –por no ir más lejos- algún aplaudido espacio sustituye los “valores” por una predicada amoralidad que quiere ser de buen tono, pero que aspira a cegar, o a obturar verdades y lealtades que realmente son imprescriptibles. Decía Kierkegaad –que no era precisamente el Santo Padre- que “todo individuo que no vive religiosamente es tonto”. Pues bien, si hacen ustedes caso del noventa por ciento de la novela premiada que se lleva; y de la poesía galardonada que triunfa, y del periodismo de revista ilustrada atorrante que anega, y del cine y teatro con “desnudo macho” que domina las carteleras, y de la política con hoz y martillo que da aldabonazos en cada puerta...*, si conceden ustedes crédito a todo esto, lo que sacan en limpio es lo contrario; todo hombre que se pone a rezar o que va a Misa, es imbécil o le falta poco. Y quien no siente simpatías marxistas más o menos declaradas, está en la higuera. Y es una ordinariez cualquier tipo de moralidad sexual, porque huele a antiguo...***
El terrorismo criminal, ¿no es si no *** externo de ese otro terrorismo intelectual que empieza a dominar en todos los medios de comunicación? Hay miedo –auténtico miedo- de parecer tradicional en algún aspecto; de “pensar como mi padre”, de leer por ejemplo a Maeztu, de p0r ejemplo citar a Menéndez y Pelayo; de parecer franquista**, de ponerse de pie cuando a la reunión entran las señoras, de decir en una asamblea profesional que no se es partidario de la huelga; de anteponer en la apreciación un Durero a un Picasso, o una lira de San Juan de la Cruz a un poema de Neruda.
Usando de una terminología del gusto del historiador Lugwig Pfandi, ¿no cabe decir que vivimos una época de “muñecos vivos encaramados a tronos verdaderos?”. El “terrorismo intelectual” que impone veneraciones, ídolos, colores, gustos, modos y modas, de acuerdo con el momento freudiano, marxista, sartriano, nietzscheano –todo junto en revoltijo contradictorio- que vive Occidente, desencadenó la llamada “hora de los enanos” que se padece.
Por supuesto, la palabra “ruptura” –tan usada en arte como en política- no es, en muchísimos casos, sino el disfraz de una vergonzante impotencia. Aunque , como en todo, habrá excepciones. Pero no se dan cuenta estos “terroristas” de que, en las cumbres del intelecto europeo, se vislumbra una clarísima reacción contra el “pisto cultural” que intoxica ya a la masa. Un nuevo idealismo desde Husserl, una mejor psicología analítica desde Jung, una teología recuperadamente ortodoxa a lo Maritain o a lo Von Balthasar, una limpia poesía recién salida del pantano, hasta una nueva física antideterminista con Heissemberg, están fraguando en las alturas la serenidad genuinamente moderna que necesitamos frente a la Babel carnavalera y monstruosa; frente al griterío sin centro; frente al sincerismo sin verdades que alborota, pincha, oscurece y, alrededor, llora.
Al levantar la copa en el relevo 1976-77, quiero esperar, quiero creer. Porque el restablecimiento de una Moral, puesta en inminente peligro de muerte por los enanos, ya no admite moratorias. Por supuesto, para ello, urge una reafirmación vigorosa, segura, de un Cristianismo con garra, lejos el “cristianismo de acuarela” que predican los ingenuos. Pero como primer trámite urge una restauración del buen gusto, de la sensibilidad, de la elegancia espiritual, de la finura de espíritu tan maltratadas en este tiempo que huele a sucio en los atuendos indumentarios, en los muros pintados de las ciudades, en el insulto de grada a grada, en el primer párrafo de cada novela... en el mutuo resquemor, en la audacia sin belleza, en la pereza y en el miedo.
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