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YO, TÚ Y ÉL

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Jaén. 21 de septiembre de 1975


        

“Yo soy yo frente a
todas las circunstancias”.
(Anouilh).


Estábamos discutiendo sobre personalismo y comunitarismo. Toda discusión es una guerra de trincheras si lo que se debate tiene la suficiente claridad y la suficiente oscuridad para hacer incierto el combate. En la guerra de trincheras y en la discusión no violenta se gana hoy lo que se perdió ayer y viceversa. Para lo que sirve la violencia es para cerrar en falso las dudas. Y, claro, las dudas cerradas en falso traen una septicemia al espíritu. La discusión es mucho más civilizada y a veces sale de ella una débil luz. Así ha ido hacia adelante la Historia, sirviéndose de esas débiles luces itinerantes, avasalladas de trecho en trecho por los resplandores siniestros de las hogueras, es decir, de las guerras. ¿Y las guerras han servido también a la Historia? Es otra cosa que se ha discutido siempre. Se ve: un personalismo excesivo --cuajado de egoísmos-- trae la guerra. La guerra contra el hermano. Pero, ¿no la trae igualmente un comunitarismo a ultranza? Los animales solamente combaten individualmente. Por lo menos no hay entre ellos guerras organizadas. Es el hombre, animal social, comunitario, quien de verdad inventa la guerra.
De estas cosas discutíamos pacíficamente. Forcejeábamos en partido amistoso (pero es lástima que el resultado de los partidos amistosos no pasen a la historia y por eso hay quien sostiene --y también es lástima-- que con simples opiniones en concurrencia de criterios mutuamente tolerantes no se va a ninguna parte. Es pena que sólo la pasión de ganar traiga interés y valor a la ganancia). Discutíamos, digo, sobre personalismo y comunitarismo. Él me decía que la dimensión esencial del hombre es la social y yo le contestaba que sí, pero que es imposible abrirse a los demás si antes uno no se ha visto hasta el fondo. Y que sólo después de que cada uno se ha asumido en plenitud hay ciertas garantías de éxito para la comunicación. No hay “tú”, ni hay “el”, sin “yo”. Únicamente desde mí --a partir de mi posición, de mi calidad, de mi talante-- me es posible obrar con perspectiva. Y a nadie puedo entender si no me entiendo. Y a nadie amar si no me amo.
Tremenda cuestión del “yo”. Cada cual para ver el mundo dispone de un punto de mira: el yo. Pero hay innumerables personas, hay innumerables “yo”. ¿Tiene, pues, el mundo incontables, innumerables centros? Puede que toda la Historia sea eso: la lucha contínua de los centros en busca del Centro. Antonio Machado en unos versos muy profundos y extremadamente sencillos pensaba en voz alta. Escribía: “¿Tu verdad? No, la Verdad--y ven conmigo a buscarla--; la tuya guárdatela”. Luego, hay una Verdad más allá de las verdades; el “yo” que me sirve para ver el mundo no me sirve de una vez, para siempre y para todo.
Yo, yo, yo, yo... Todo el mundo dice “yo”. Pero puestos al pesimismo, el ánimo se enluta de presagios nihilistas, de miedo. ¿Es el “yo” autónomo una ilusión? Sigamos discutiendo. Mi amigo me recordó a Ortega. El “yo” es quizás únicamente un margen casi imprevisible a las resultas de las circunstancias. Hay que edificar la propia torre donde las circunstancias le dejan a cada uno y condicionado por ellas. Pero yo --yo-- le dije a mi amigo: Fue más valiente Fichte cuando lanzó su famosa frase de “El yo lo pongo yo”. Y, en resumidas cuentas, ¿no es cada cual quién se hace a sí mismo?, quien mejor o peor se edifica para sí y para los otros?
--Ya, ya, --me responde mi oponente--; erigimos nuestra persona. Pero, ¿para los otros o frente a los otros? “Yo soy frente a todas mis circunstancias” ha exclamado un personaje de Anouilh.
--Habrá que matizar. Prescindir cuando sea necesario de las circunstancias para sacar adelante el “yo”, no es precisamente declararles la guerra. Dar frente a las cosas no es retarlas. Que yo sea quien soy, que me “realice” --como tanto se repite ahora--, no quiere decir que impida la realización de los demás.
-- Bien; pero sucede que al hablar del “yo”, de la persona que cada uno es, ponemos demasiado énfasis. Lo que creo es que no nos sabemos apenas y presumimos de sabernos demasiado. Y así edificamos en granito sobre arena. Filósofos y psicólogos trabajaron y trabajan sin cesar. Pero aún no han dado con la clave del arco. “El hombre no ha alcanzado aún al hombre”, piensa Meterlinck. Quizás pensamos y hablamos de corrida. ¿Hemos entrado en trato de verdad con nosotros?
--No lo pongas tan negro. Me recuerdas ahora aquel chiste del enlutado de Mingote. Preguntaba: ¿Sabe usted de algún detergente que lave más negro? Pienso que muchos os estáis empeñando en acumular dudas sobre las dudas y negruras sobre la oscuridad. Yo personalmente creo que la luz existe y que nos llega a todos aunque filtrada. Nuestro error, probablemente, está en cerrar los ojos siempre. Hay albas que no llegan --que creemos que no llegan-- porque renunciamos de antemano a mirarlas.
--¿Tú no crees en la noche esencial? ¿No sospechas que todas las luces lo son neón, puramente artificiales? ¿No temes que la Cultura y que toda la Historia sean sólo una verbena ilusa bajo las estrellas?
--Creo en la noche y... en el día. Mucho insiste cierta filosofía en la noche. También los santos --con luz cenital anticipada--creían en la noche. Pero el exceso de noche, la alta privación, es presagio del Sol. Porque hay noche, hay esperanza.
--Sí, sí; todo eso. Pero ¿quién constituye la esperanza?
--Platón decía: “Yo nada sé fuera de mi exigua disciplina de amor”. Resulta que tenemos cada uno nuestro yo. Quiero decir nuestro “yo constituyente”. Constituyente del amor.
--Es curioso que, dando vueltas y más vueltas, hayamos llegado al Amor, ¡¡esa palabra!!
Y tuvimos que continuar discutiendo. El mantenía que el Amor, por mucho que yo me empeñara, no pasa de ser una palabra. Yo le contestaba que hay una suprema realidad para el hueco de esa palabra y ¡qué haríamos sin esa palabra, sin ese hueco y sin esa realidad! El, que no y que no. Y que para continuar con el mundo adelante sólo la ciencia tenía la palabra. Yo, que para qué queremos mundo ni ciencia sin posibilidad de amor. El que no y que no. Yo que sí y que sí. El, que había que ahogar el yo --cada uno el suyo-- en beneficio de la comunidad y a ver qué pasa. Yo, que habrá que constituir el yo con amor y para el amor en vista de lo que ha pasado y de lo que está pasando. Y él, que para qué el “yo”. Y yo, que el “yo” para el “tú” pasando por El que algún día nos hará saberlo todo.
Y nos fuimos retirando cada uno a nuestra posición de origen. Y yo, retirado a mi posición de origen, pienso que tampoco “origen” pasa para mi amigo de ser una palabra. Resulta que nada más cree en las palabras. Pero entonces ¿cómo esa ambición comunitarista arquitecturada sobre el flato? “Flatun vocci”.