|
...Amigablemente, delicadamente, retóricamente, me llamas “inactual”; me aconsejas que empareje mi vida al “nuevo ritmo” ; me dices que “el mundo marcha” y que hay que vivir con el mundo.
Esta amable invitación en tu escrito de prosa intrépida; esta invitación generosa maquillada con el atractivo de lúcidas imágenes, ha sido después reiterada por ti, en desnuda franqueza, crudamente, en varias conversaciones sostenidas entre amigos.
En efecto, como tú, creo ser cierta la necesidad de adaptarse. Porque todos nacemos —en cierto modo— independientes. Poseídos de un feroz egoísmo; salvajes, rebeldes, nuestros. Una ingenua espontaneidad arrolladora crepita, como un fuego amenazador , en el fondo del alma del niño. Y aunque, después la educación , las convivencias, el interés, la ley, van extendiendo sus artificios sobre el fondo vivo de la Naturaleza.; aunque se va sedimentando así la personalidad, influida por el movimiento de una tectónica social que tiende a nivelar los caracteres..., es indudable la conveniencia de hacer por nuestra parte, de plegar la propia actividad a las exigencias sociales, so pena de renunciar a nuestra condición de hombres civilizados.
Pero no hay que exagerar, creo, la nota. A mi juicio, cada individuo debe permanecer en lo posible y en lo justo, fiel a sí mismo; obediente a su ley propia; a la ley de su carácter, de sus inclinaciones, de su vocación. Ortega y Gasset, en el Espectador, hace, a este respecto, unas observaciones, en su artículo “El Dharma”, cuya lectura te aconsejo. Toda persona tiene señalada en la vida una órbita propia, fuera de la cual resulta dificultosa o imposible su marcha. No es esto fatalismo; es una exigencia, hasta cierto punto social. Si todos los hombres hubiesen de coincidir, ¿por qué este caleidoscopio de caracteres? ¿Por qué esta multiforme condición humana?No existiendo nada sin razón suficiente en el admirable plan de la creación, la variedad de condición, ¿no entraña variedad de destino? Un hombre como todos, un “hombre corriente”, con los mismos vicios que los demás, con idénticas aficiones que los demás, es un infiel así mismo porque ha ahogado el germen de su individualidad, para lanzarse a la vorágine oceánica, actual, de la moda o del sistema dominante.
Por otra parte, en mi entender, es vano el empeño en dirigir la nave de la personalidad a mares exóticos. Un necio que quiere resultar gracioso, un formal que intenta parecer un “pillo”, un tímido que pretende sentar plaza de “donjuan”... terminarán siempre por ver encallada la proa de sus ilusionismos en el escollo del ridículo. En un sentido absoluto, podremos ser peores o mejores que los demás; pero, me parece, que la ley de nuestra perfección no es una ley objetiva que nos impone el ambiente sino una ley subjetiva que tiene su fundamento en lo profundo de la entraña propia.
Ve, pues, la razón por la cual resulto “inactual” y paso por la vida con mi “aire siempre distraído”. No puedo decir que este tiempo, que estas costumbres de ahora son malas. Son malas para mí; inadecuadas para mi carácter. Por eso yo, aunque quiero adaptar la parte adaptable de mi individualidad, conservo para mi una parte de ella... Recuerda el caso de la Luna. Siempre nuestro satélite en su servil girar alrededor de la Tierra, nos enseña un mismo hemisferio, ocultando a las humanas miradas el opuesto: coordina de tal forma la rotación con la traslación que dan este resultado. Entiendo que algo parecido debiéramos hacer los hombres. La ley, las costumbres, la época, la moda, ejercen sobre todos nosotros una fuerza de gravitación de la cual no nos es posible sustraernos: hemos de girar, como la Luna, servilmente, alrededor de todos los convencionalismos. Pero, como la Luna también, hemos de combinar nuestra actividad y nuestros movimientos de manera que permanezca inédita y pura, independiente, una parte de nuestro ser.
Claro que existen motivos de índole religioso y moral, que además de los expuestos (motivos laicos, pudiéramos llamar a los expuestos) me impiden internarme, por entero, en el Dédalo del mundo, adaptándome en todo y por todo a sus exigencias, siempre y cuando tales exigencias pugnan con la Ley Eterna.
No es esto arrogarme una presunta superioridad moral. Es, simplemente, una consecuencia naturalísima de mi condición católica de la que no debo ni quiero abjurar jamás .
Seguiré, pues, mi vida triste, aburrida, monótona, inexpresiva si quieres, pero mía. Abrigaré del frío ambiente, en el fondo del alma, el fuego íntimo de mis convicciones. Y marcharé con el mundo, me adaptaré en lo viable. No puedo ni debo despreciar el progreso. Mi insignificancia me impide servir de rémora a estas vigorosa actitudes, gallardas y generosas, que se perfilan en la juventud de hoy. Pero, aunque mi personalidad pudiese destacar e influir, yo no contradiría, porque no sería justo y sería necio, esta actualidad modernista, sana, deportiva, entusiasta, alegre..., que se nos hace soñar.
Y si los siglos, como los ejércitos, tienen vanguardia y retaguardia, yo soy retaguardista del nuestro: me reconozco débil y pobre para formar parte en las avanzadillas. Al fin y al cabo todo ideal ha de tener zapadores intrépidos que trabajen entusiastas en la erección del porvenir, pero también rezagados humildes que recojan en el campo de batalla la muertas costumbres, las viejas modalidades, no para suscitarlas o rejuvenecerlas, sino para darles poética sepultura, piadoso asilo.
Un abrazo,
17 de enero de 1942
————————————————————————————————
(Carta escrita a los 23 años en contestación a la de un amigo por quien fue dada a conocer cuarenta años después de haberla recibido.)
|